MIGUEL SERRANO
La primera noche que pasé en casa de mis padres, después de casi diez años, la nostalgia no me dejó dormir. Salí al balcón y vi los efectos del tiempo en el barrio, que ya no era el barrio de mi infancia. Ahora parecía más nítido, más luminoso. A las tres de la mañana me vestí y salí a pasear. Mientras recorría el puente de Piedra sentí bajo mis pies el rumor del Ebro y una voz que me decía: ¿Has vuelto, Julián? Era una voz sólida, tendida en mi interior, firme. No había nadie a mi alrededor, como si el puente mismo estuviese en el origen de aquella voz. El cierzo, inmóvil, me acompañaba. También el Pilar me habló, y la Seo, al otro lado del río: ¡Has vuelto, Julián, te echábamos de menos!, coreaban sus voces verticales y roncas, casi festivas, mezcladas con miles de gritos, un murmullo sordo, todos mis amigos. Avancé, atravesando la plaza. ¡Todo está aquí, todo sigue presente!, me gritó, anguloso, un edificio sólido y con la base translúcida que trató de interponerse en mi camino. Lo rodeé y me lancé eufórico, dormido o insomne, hacia las callejuelas que salían de la plaza. Las voces se seguían, se solapaban, se peleaban por mí. A mi espalda, la Lonja de Mercaderes me susurraba: Ya has viajado mucho, ha llegado el momento de descansar. Esquivé un palacio renacentista que se abalanzaba sobre mis pasos y terminé, ya casi muerto de frío, en una callejuela. Me detuve a respirar, agotado de felicidad, las manos sobre los muslos. Allí escuché, nítida, inesperada, la voz de mi padre, que había rejuvenecido al menos veinte años. Es tarde, dijo, entre risas, como un eco, será mejor que volvamos a casa.
La primera noche que pasé en casa de mis padres, después de casi diez años, la nostalgia no me dejó dormir. Salí al balcón y vi los efectos del tiempo en el barrio, que ya no era el barrio de mi infancia. Ahora parecía más nítido, más luminoso. A las tres de la mañana me vestí y salí a pasear. Mientras recorría el puente de Piedra sentí bajo mis pies el rumor del Ebro y una voz que me decía: ¿Has vuelto, Julián? Era una voz sólida, tendida en mi interior, firme. No había nadie a mi alrededor, como si el puente mismo estuviese en el origen de aquella voz. El cierzo, inmóvil, me acompañaba. También el Pilar me habló, y la Seo, al otro lado del río: ¡Has vuelto, Julián, te echábamos de menos!, coreaban sus voces verticales y roncas, casi festivas, mezcladas con miles de gritos, un murmullo sordo, todos mis amigos. Avancé, atravesando la plaza. ¡Todo está aquí, todo sigue presente!, me gritó, anguloso, un edificio sólido y con la base translúcida que trató de interponerse en mi camino. Lo rodeé y me lancé eufórico, dormido o insomne, hacia las callejuelas que salían de la plaza. Las voces se seguían, se solapaban, se peleaban por mí. A mi espalda, la Lonja de Mercaderes me susurraba: Ya has viajado mucho, ha llegado el momento de descansar. Esquivé un palacio renacentista que se abalanzaba sobre mis pasos y terminé, ya casi muerto de frío, en una callejuela. Me detuve a respirar, agotado de felicidad, las manos sobre los muslos. Allí escuché, nítida, inesperada, la voz de mi padre, que había rejuvenecido al menos veinte años. Es tarde, dijo, entre risas, como un eco, será mejor que volvamos a casa.
Pasaje del Comercio y de la Industria, obra de Fernando de Yarza, 1883. La más antigua galería comercial de una Zaragoza que miraba a Europa.
© Angélica Montes
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© Angélica Montes
Lonja de Mercaderes, 1551. Monumento capital de la arquitectura civil renacentista en una ciudad que «casi daba de sí un olor a Italia» (Mateo Alemán).
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Palacio de la Lonja. Detalle del alero tallado en madera y las misteriosas caras en la fachada.
© Angélica Montes
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Detalle de la puerta del Palacio de La Lonja.
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«El Ebro guarda silencio al pasar por el Pilar» (del pasodoble aragonés Sierra de Luna, de Francisco de Val).
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Apoteosis mariana y modelo de templos barrocos aragoneses. Basílica del Pilar, nave sur.
© Javier Romeo
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Plaza del Pilar y fachada principal de la basílica.
© Angélica Montes
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Plaza del Pilar.
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Tarde soleada desde el
Puente de Santiago.
© Angélica Montes
Puente de Santiago.
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Niebla matinal de otoño.
© Angélica Montes
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«Boticario, canario, garras de alambre, le cayó una teja y no le hizo sangre» (canción popular del cabezudo el Boticario).
© José Miguel Marco - Heraldo de Aragón
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Comparsa de gigantes y cabezudos en la festividad de San Valero.
© José Miguel Marco - Heraldo de Aragón
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Ofrenda de flores en las Fiestas del Pilar. Cada 12 de octubre miles de ramos son colocados a los pies de la imagen de la Virgen del Pilar.
© Guillermo Mestre - Heraldo de Aragón
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Con las flores de la Ofrenda se confecciona en la plaza del Pilar un gigantesco manto para la Virgen.
© Guillermo Mestre - Heraldo de Aragón
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Caesaraugusta bajo los pies de Zaragoza. Museo del Foro, obra de José Manuel Pérez Latorre, 1988.
© Javier Romeo
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Noche de niebla en la plaza
de la Seo.
© José Domínguez
de la Seo.
© José Domínguez
La torre barroca y portada neoclasicista de la catedral de la Seo polemizan con el moderno prisma de ónice, entrada al Museo del Foro.
© Angélica Montes
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Tapiz de yeso, ladrillo y cerámica. Muro mudéjar de la Parroquieta
de la Seo.
© Angélica Montes
de la Seo.
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Ábsides de la Catedral de la Seo
de estilo románico.
© Angélica Montes
de estilo románico.
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Mirador del Arco del Deán (1585-1587), con su triple ventanal de yeso labrado y de gusto mudéjar.
© Angélica Montes
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Puente de Piedra, construido en el siglo XV Varias veces arruinado y reparado hasta la actualidad.
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Mirador de la Casa Solans, del industrial harinero Juan Solans y edificada con lenguaje ecléctico por Miguel Ángel Navarro entre 1918 y 1921.
© Angélica Montes
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Antigua fábrica de Galletas Patria. Arquitectura industrial de gusto ecléctico. Diseñada por Félix Navarro en 1909.
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Chimeneas de la antigua Azucarera de Aragón, diseñada por el arquitecto Luis Aladrén en 1893 y rehabilitada en 2010 para uso municipal.
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Estación del Norte, antigua estación de ferrocarril, de 1861. Hoy funciona como uno de los Centros Cívicos de la ciudad.
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Primavera en la calle San Vicente de Paúl.
© Angélica Montes
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