Historia

MIGUEL SERRANO

Siempre lo cuenta del mismo modo, con las mismas palabras, así que es posible que sea cierto. Dice que en el autobús solo iban ocho personas. Habían pasado toda la noche bailando, cientos o miles de personas en aquella discoteca, y por la mañana regresaban a Zaragoza, ya solo quedaban ocho, ocho personas en el autobús, todos volvían de lo mismo, de la gran fiesta de la juventud. La noche había terminado mucho antes, pero llovía, el día era oscuro, así que la lluvia de algún modo prolongaba la noche. Ella escuchaba el sonido de la lluvia contra el techo del autobús, veía las formas que trazaban las gotas en el cristal, trayectorias errantes, inesperadas. Desde su asiento superponía el temblor de las gotas con el movimiento de la gente que caminaba por la calle, buscaba parecidos. Nadie hablaba. Entonces se dio cuenta de que no llevaba paraguas, cuando llegaran a su destino se iba a mojar. No se oía nada dentro del autobús, solo el repiqueteo allá arriba, en el techo. La gente que caminaba por la calle también se movía en silencio. Cuántas veces había visto en ese mismo lugar grandes movimientos de gente silenciosa, la Cabalgata de Reyes, la fila que se dirigía a la Ofrenda, el Rosario de Cristal, procesiones. Lentitud y solemnidad, la historia. Entonces vio frente a ella la silueta de la puerta del Carmen y pensó: “Qué extraño es todo, esa puerta lleva miles de años allí, pero ya no es una puerta, no se puede entrar ni salir, antes marcaba el límite de la ciudad, no sé qué significa ahora. Y yo tengo sueño, ya casi hemos llegado y me voy a mojar”. Apenas le sorprendieron el chirrido de las ruedas contra el asfalto ni la sacudida del motor, como el de un avión que está a punto de despegar.
Puerta del Carmen (Agustín Sanz, 1792-1795), vestigio de los Sitios y la Primera Guerra Carlista.
© Angélica Montes
Colegio Joaquín Costa, obra de Miguel Ángel Navarro (1929). Un homenaje a Joaquín Costa y a sus nuevas ideas pedagógicas en los años veinte.
© Angélica Montes
Museo Pablo Serrano e Instituto Aragonés de Arte y Cultura Contemporáneos. Obra del Arquitecto José Manuel Pérez Latorre (2011).
© Angélica Montes
Plaza Basilio Paraíso.
Edificio Elíseos, de decoración clasicista, obra de Teodoro Ríos Balaguer, 1945.

© Angélica Montes
AUDIO  
Paraninfo de la Universidad de Zaragoza (Ricardo Magdalena, 1893), antigua facultad de medicina. Acceso principal con las efigies de cuatro constructores del saber: Piquer, Servet, Asso y Elhuyar.
© Ernesto Sarasa
Paseo de Sagasta, viejo camino de urbanización burguesa que enlazaba el centro de la ciudad con el barrio de Torrero.
© Angélica Montes
AUDIO / VIDEO  
La imagen de la burguesía en los albores del siglo xx.
Miradores en el chaflán de la modernista Casa Retuerta (Juan Francisco Gómez, 1904).

© Angélica Montes
Detalle de la fachada de la casa de viviendas de estilo modernista proyectada por Félix Navarro Pérez sobre el paseo de Sagasta en 1903.
© Angélica Montes
Patio de la Infanta (1550), instalado en la sede central de Ibercaja desde 1980.
© Angélica Montes
Plaza Aragón con el monumento al Justiciazgo, inaugurado en 1904 en memoria de la institución que encarna las antiguas libertades aragonesas.
© Angélica Montes
Paseo de la Independencia. Sus soportales todavía recuerdan al bulevar parisino trasplantado a la Zaragoza del siglo xix.
© Angélica Montes
Paseo de la Independencia.
© Angélica Montes
Torreón octogonal en uno de los edificios del paseo de la Independecia.
© Angélica Montes
El neomudéjar también asoma en el paseo de la Independencia. Fachada del edificio de Correos y Telégrafos (Antonio Rubio Marín, 1926).
© Angélica Montes
Un cielo renacentista. Portada de la iglesia de Santa Engracia, labrada en alabastro por Gil Morlanes, padre e hijo, entre 1513 y 1517.
© Angélica Montes
La plaza de España, con el monumento a los Mártires de la Religión y de la Patria (1904), anuda el Coso con el Paseo de la Independencia.
© Angélica Montes
“Mujer Dormida” en el comienzo del Paseo Constitución y el Paseo de la Independencia. Escultura en piedra de José Julio Bueno y Gimeno, 1919.
© Angélica Montes