MIGUEL SERRANO
Todos en la ciudad lo sabemos desde la infancia, pero por algún motivo preferimos que el secreto quede entre nosotros. No soportaríamos las aglomeraciones, la atención del mundo entero, las colas. Sería insoportable. A los catorce años, cuando cumplen catorce años, los niños zaragozanos son conducidos a una esquina cuya ubicación no puedo revelar, y se les confía el secreto que pasa de generación en generación: en este lugar de apariencia insignificante (solo diré que no está lejos de la estatua que conmemora a César Augusto, el fundador de la ciudad, cerca por tanto de las murallas romanas y del Mercado Central), se puede formular una pregunta, cualquier pregunta, y la respuesta llegará de inmediato. Algunos dicen que es una voz la que responde a la pregunta, y que lo hace en el idioma en que se formuló la duda, aunque otros aseguran que la respuesta llega en forma de revelación, sin sonidos. En cualquier caso, los zaragozanos son tímidos, o cautelosos, o prefieren guardar esa única posibilidad de saber cualquier cosa, de conocer su destino (se dice que solo se puede formular una pregunta, que cada persona solo tiene derecho a plantear una cuestión) y, hasta donde sabemos, nadie se ha aprovechado nunca de esa singularidad. Miles de años, millones de personas que han conocido el secreto, pero conseguimos reprimirnos. Cuando pasamos por esa esquina, los que conocemos el secreto dudamos, estamos a punto de acercarnos, pero siempre terminamos pensando: No, esa pregunta no, seguro que hay otra más importante, cuando sepa cuál es el dato que quiero, la respuesta definitiva, vendré aquí, me agacharé aquí mismo y formularé la pregunta con voz firme, y conoceré la respuesta que ansío y lo entenderé todo o seré feliz.
VIDEO-VOZ DE MIGUEL SERRANO
VIDEO-VOZ DE MIGUEL SERRANO (en Vimeo)
Todos en la ciudad lo sabemos desde la infancia, pero por algún motivo preferimos que el secreto quede entre nosotros. No soportaríamos las aglomeraciones, la atención del mundo entero, las colas. Sería insoportable. A los catorce años, cuando cumplen catorce años, los niños zaragozanos son conducidos a una esquina cuya ubicación no puedo revelar, y se les confía el secreto que pasa de generación en generación: en este lugar de apariencia insignificante (solo diré que no está lejos de la estatua que conmemora a César Augusto, el fundador de la ciudad, cerca por tanto de las murallas romanas y del Mercado Central), se puede formular una pregunta, cualquier pregunta, y la respuesta llegará de inmediato. Algunos dicen que es una voz la que responde a la pregunta, y que lo hace en el idioma en que se formuló la duda, aunque otros aseguran que la respuesta llega en forma de revelación, sin sonidos. En cualquier caso, los zaragozanos son tímidos, o cautelosos, o prefieren guardar esa única posibilidad de saber cualquier cosa, de conocer su destino (se dice que solo se puede formular una pregunta, que cada persona solo tiene derecho a plantear una cuestión) y, hasta donde sabemos, nadie se ha aprovechado nunca de esa singularidad. Miles de años, millones de personas que han conocido el secreto, pero conseguimos reprimirnos. Cuando pasamos por esa esquina, los que conocemos el secreto dudamos, estamos a punto de acercarnos, pero siempre terminamos pensando: No, esa pregunta no, seguro que hay otra más importante, cuando sepa cuál es el dato que quiero, la respuesta definitiva, vendré aquí, me agacharé aquí mismo y formularé la pregunta con voz firme, y conoceré la respuesta que ansío y lo entenderé todo o seré feliz.
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Gigantes bajo el Sol en la portada de la casa de los condes de Morata, de 1552, hoy sede del Tribunal Superior de Justicia de Aragón.
© Angélica Montes
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La iglesia de San Juan de los Panetes (siglos XVI-XVIII), asoma tras el torreón de la Zuda (siglo XVI) y la muralla romana.
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Tras las murallas romanas, la torre octogonal de la iglesia de San Juan de los Panetes, de estilo mudéjar aragonés, inclinada ligeramente hacia el Este.
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Vista del paseo Cesaraugusto, desde el Torreón de la Zuda.
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Mercado Central, obra de Félix Navarro, 1901-1903. Detalle de la fachada con un carnero, conejos, alcachofas y otros relieves alusivos.
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Plaza de San Felipe, con el torreón de Fortea (siglos XV-XVI). En el pavimento, el perímetro de la Torre Nueva, demolida en 1892.
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Plaza de San Felipe, escultura (obra de Santiago Gimeno Llop, 1991) de un niño contemplando la Torre Nueva, derruida en el siglo XIX. Al fondo, el Palacio de los Condes de Argillo y Museo Pablo Gargallo.
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Iglesia barroca de San Felipe y Santiago. Detalle de la portada pétrea con columnas salomónicas, obra de Francisco de Urbieta, 1689.
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Semana Santa en Zaragoza. La ciudad retumba al son de miles de tambores y bombos.
© Maite Santonja - Biqúbica
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Día de Jueves Santo, plaza del Justicia. Recogida de pasos en la iglesia de Santa Isabel, de donde al día siguiente parte la procesión del Santo Entierro.
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Arranque de la calle Conde de Aranda, con el colegio de las Escuelas Pías. Al fondo, la casa de los condes de Morata.
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Torre mudéjar de la parroquia de San Pablo (siglo XIV), en el corazón del barrio de San Pablo o del Gancho.
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La piel de la arquitectura barroca. Virtudes en la cúpula de la capilla de Nuestra Señora del Pópulo (siglo XVII), en la iglesia de San Pablo.
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Mañana de domingo en la plaza de Las Armas, barrio de San Pablo.
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Calle Predicadores, en otro tiempo vía de posadas, almacenes y comercios. A la izquierda, el antiguo palacio de los duques de Villahermosa.
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El festival Asalto han ayudado a rehabilitar espacios urbanos.
La madonna del viento (Isaac Mahow, 2013), homenaje al cierzo.
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La madonna del viento (Isaac Mahow, 2013), homenaje al cierzo.
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Un ciervo urbano en la calle Las Armas (Sabek, 2013).
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Uno de los murales del Festival de arte urbano Asalto, que se celebra cada verano desde el año 2005. Calle Sacramento, esquina con calle Las Armas.
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Casa de Amparo (1850), ubicada sobre un antiguo convento del siglo XIV y reformada por Ricardo Magdalena.
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Calle Manifestación.
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Una de las calles angostas del barrio del Gancho.
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